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Los Niños Elfos: Capitulo Tres.

En las afueras de S´menel

EN UNA RUTA, A CUARENTA kilómetros de S´menel, Steve Gawain  detuvo a su caballo junto a un riachuelo para que bebiera agua. Encendió un cigarrillo mientras caminaba.
-¿Por qué nos detenemos? –pregunto Scott Taylor, sentado en su caballo.
Taylor tenía veinticuatro años, un año menor a  Gawain. Era alto y musculoso, de cabellos rubios cortos. En Joyous Garde, qué su nombre significaba  el Castillo de la Guardia Alegre, Era sin duda la mejor Academia de caballeros. La puerta estaba tallada por ambos lados, con emblemas de símbolos de elfos y dragones. La Academia tiene su residencia mil seiscientos caballeros Varones y quinientas Doncellas. A fila de cada pared hay una triple fila de escudos tallados en la piedra, cada uno con el nombre de un caballero debajo. Cada escudo permanece en blanco hasta que su propietario ha realizado alguna noble hazaña; entonces el señor del castillo hace tallar en él las armas del caballero. Si éste lleva a cabo más hazañas, las armas se colorean y emblasonan. De cuando en cuando se ordena que tenga lugar un torneo. Los dos hombres se conocían desde el comienzo del entrenamiento y ambos compartían el mutuo respeto por sus respectivas habilidades de combate y la mutua antipatía en casi todo lo demás.
Gawain se dejó caer bajo la sombra de una vieja higuera y recostó la cabeza sobre la corteza áspera.
-Los Campanellanos siembran minas en todas partes – explicó –. No pasarían ningún camino que llevara a S´menel. Lo cual significa que tenemos que ir por pasto. Lo cual también significa que, antes de empezar, necesito un descanso.
-No tienes que convencerme – repusó Willis, el curandero formaba parte de un contingente de tres hombres, mientras desmontaba a Ángel su corcel blanco, y caminaba hacía Gawain y a la sombra.
Willis aún no había cumplido los veinte años, aunque intentaba comportarse como un hombre de mayor edad. Era delgado, de finos cabellos castaños, Era buen enfermero y nunca entraba en pánico al calor del combate.
-Te espero aquí – replicó Scott Taylor, y después encendió un cigarrillo.
-Buena idea, Taylor – opinó Gawain –. No  me gustaría que viniera un pastor y se llevara los caballos.
Gawain movió su yelmo de modo que le tapara parte del rostro y permitió que su mente vagara hacia muchos relajados y lánguidos atardeceres que había pasado frente al río de Joyous Garde. Con entusiasmo  propio de la juventud y de la inocencia Gawain recordaba a sí mismo participando en justas y consiguiendo la victoria. En el terreno del torneo, los caballeros se embestían unos a otros con lanzas tan fuertes como espolón de un barco. Al terminar el día, ya vendadas sus heridas, los caballeros festejaban larga y ruidosamente en el Gran Salón. Esos días parecían estar lejanos en este momento.
Gawain se levantó el yelmo y miró con cuidado la campiña silenciosa. A pesar de que la zona había sufrido duros bombardeos, aún conservaba la esencia de su belleza. Eran tierras tenaces, como la gente que vivía en ellas. Miro a Willis, con las piernas estiradas bajo el árbol frente a él, y a Taylor, resuelto a achicharrarse delante de su caballo Lanzallamas.
 De pronto oyó el gruñido de un perro.
Gawain movió la cabeza y vio a pocos metros a su izquierda a un mastín leonado, con las grandes fauces abiertas y retraídas de furia. Una gran mancha de sangre le cubría la maciza pata trasera. Se quedó mirando al perro varios segundos, mientras trataba de determinar si el animal venía en busca de pelea o más bien estaba tomando un descanso después de haber tenido una. Estiró la mano hacia sus raciones y tomó del medio un paquete de bocadillos. El perro captó el movimiento del brazo y se acercó unos pasos.                                            Gawain saco más bocadillos y los lanzó al perro. El animal los olió, levantó la pata delantera derecha y pateó el paquete. A Connors le dio risa.
-Ni siquiera puedo lograr que un perro hambriento coma esta porquería – comentó entre dientes.
Willis miró al animal por encima del hombro.
-Las carretas de mi pueblo no son tan grandes cómo este perro – dijó.
-El miedo que siente el perro es igual a su tamaño – observó Gawain –. De modo que si te vas a mover, hazlo despacio.
Oyó el clic de un rifle y vio que Taylor, sentado en la montura de su caballo Lanzallamas, apuntaba al perro con el arma.
-Oye, mientras el perro se quede en su lugar, lo mismo harás tú – ordenó Gawain.
-Creo que hemos venido aquí a buscar a Sidhe Sable – objeto Taylor –. Nadie dijó nada de un perro.
-Aprieta el gatillo y vas a vértelas conmigo.
Gawain se puso de pie y, con la mano extendida, los dedos doblados hacia adentro, dio varios pasos en forma lenta  hacia el mastín. El perro alzó la cabeza y se agachó aun más. Seguía gruñendo.
-Voy a examinar tu herida –dijo Gawain con voz baja –. Quiero ver cómo está – el perro comenzó a olfatearle los nudillos –. Lo único que pido es que no me muerdas el trasero.
El perro lamió la mano de Gawain y le restregó la nariz en el  costado de la pierna. Gawain acarició con cautela el cuello macizo del animal en busca de collar.
-Parece que estás aquí por tu cuenta – comentó –. Igual que nosotros.
Gawain se puso en cuclillas y examinó la herida, abierta y en carne viva.
-Va a necesitar puntos – le comunicó a Willis –. ¿Te atreves a hacerlo?
Willis se movió a gatas hacia el mastín y se detuvo a la altura de los ojos, delante de la herida.
-No veo cómo puedo ser más torpe con él que con ustedes, muchachos – aclaró el curandero.
-Sólo tienes que confiar en nosotros – le dijó Gawain al perro –. Así como nosotros confiamos en ti – se dio vuelta hacía el curandero –. ¿Qué necesitas? – preguntó.
-Tráeme agua de ese riachuelo – indicó Willlis.
Steve Gawain caminó hacia el arroyo, metió el yelmo en el agua fresca y se lo llevo al perro.
Muy bien. Y ahora ¿qué?
-Voy a traer mi mochila – dijó Willis –. Deja que el agua corra sobre la  herida, y después la limpiaré alrededor.
-Dime, ¿has tenido un perro alguna vez, Willis? – preguntó  Gawain, observando al mastín, que se contraía al sentir el agua cayéndole por los costados de la herida.
-Crecí en una granja – respondió Willis, con la mochila en la mano –. Créeme que tuvimos  todo tipo de animales. ¿Y tú?
-Siempre quise uno.
Gawain quitó bastante sangre de la herida, de modo que Willis pudo examinar el corte con detenimiento.
-Le pegó un trozo de metralla – Señaló el curandero –. Nada grave. Voy a vendarlo. Y si puede dejar de cazar unos conejos por unos días, quedará como nuevo.
Gawain permaneció delante del perro, observando  a Willis mientras curaba la herida. Estaba de espaldas al rifle de Taylor.
¿Cuál era tu plan? – Le preguntó a Taylor –. ¿Pegarme un tiro a mí primero y después al perro?
-Sólo en caso de necesidad –contestó Taylor –. Y créanme, no perdería el sueño por ninguno de los dos.
-¿Este tipo es de verdad? – Preguntó Willis, mirando a Taylor por encima de Gawain -Si nos metemos en líos, será un gusto contar con él – explicó Gawain –. El resto del tiempo es peor que un dolor de muelas.
Por casi una hora, Steve Gawain se quedó mirando cómo Willis le curaba la herida al mastín. El muchacho se preocupaba por no hacerle daño al animal, tocando el corte con suavidad, sin pincharlo o punzarlo. Por su parte, el perro no ladró ni gruñó, contento de permitir que el desconocido joven hiciera lo que tuviese que hacer.
En  lo alto, el sol brillante quemaba con fuerza. No bien terminó, Willis hizo una pausa para enjugarse la frente y  beber un largo trago de su bota. Gawain se dirigió hacia Pesuñas de fuego, su corcel que tenía el mismo color que el carbón. Observó de nuevo al perro. Willis estaba frente  a él, Scott Taylor se reclinó  en su montura.
-Pórtate bien –le ordenó Gawain al perro –. Sí encuentras con algún metropolitano, muérdelo –. Se dirigió a Willis – Gracias por hacer lo que hiciste.
Willis sonrió.
-¿Ya están listos? – Pregunto Taylor –. ¿O quieren ver si algún pájaro necesita que le curen un ala?
Cuando iniciaron la marcha, el mastín empezó a ladrar y corrió hacia ellos. Gawain mantuvo la mirada al camino que conducía a S’menel. Entonces se dio vuelta y miro al perro, que se había sentado al lado de él y observaba a Gawain con sus grandes ojos redondos como tazones de fideos. Se miraron durante unos instantes bajo el sol ardiente.
-¡Sígueme! –le ordenó Gawain, golpeando con la palma al costado de su caballo.
-¿Estás loco? – Intervino Taylor –. No podemos llevarnos al perro. Va contra todas las reglas.
Gawain no dijo nada sino que inicio la marcha con el mastín andando a un lado de él.

Comentarios

  1. Hurra, continuación de los niños elfos.
    Que onda con el perritu :)

    Si se nota que la historia esta inspirada en la segunda guerra mundial.
    Me intriga eso de los caballeros enfrentándose a soldados.

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  2. A mi también me gusto la idea.
    De hecho la historia es en un mundo alterno donde es gobernado por elfos (¿Alguien sabe donde se fueron los elfos altos de el señor de los anillos cuando dejaron la tierra media a los humanos?), donde al ser una raza superior abrieron portales al mundo humano para raptarlos y esclavizarlos.

    Cada raza de elfos sabe abrir un portal, pero lo que no saben es que cada uno es de una época diferente. Así es como en el mundo elfico existe soldados enfrentarse a caballeros.

    Que loca imaginación tengo XD.


    Saludos.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    Respuestas
    1. Más razas de elfos? ¿Son como los humanos? ¿Existen elfos morenos y de color?
      ¿Explicarás lo de los portales? Todas estás preguntas y más se responderán en este mismo canal a la misma hora jiji

      ;)

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