T ARDE ESA NOCHE, en el puerto de S´menel, doscientos chicos elfos y chicas elfas estaban sentados alrededor de una fogata, mientras las llamas lamían los leños gruesos y chisporreantes, y lanzaban centellas y humo al cielo estrellado. Tenían la ropa sucia, rotas las mangas y los puños. La espantosa guerra había dejado profundas huellas en sus recuerdos. Los miembros pequeños del grupo, entre quince y diecisiete, que a la vista de los humanos los chiquillos parecerían tener cinco años. Se hallaban de espaldas a los otros, tirando piedritas en al agua de la bahía de S´menel. Los demás se amontonaban alrededor de Philos y Flasn. Philos se acercó al fuego. Les sonrió a dos de los niños pequeños, Gian y Amado, que jugaban en silencio en el extremo del muelle. Más allá, vio a una chica que caminaba despacio hacia él. Era alta y tendría unos cincuenta y siete años, en apariencia humana sería una jovencita de once. La muchacha se ubicó entre Philos y los dos niños, con los brazos a lo