E L MECHA SE DETUVO en frente de la cueva, mientras su arma disparaba sin cesar en la entrada reduciendo a polvo las grandes piedras. En su interior se vio el brillo de unos ojos. La criatura salía tambaleándose debido a sus heridas de bala. En un intento desesperado rugió mostrando sus colmillos, inhalando un último aliento para utilizar su más temida arma; el fuego. Pero el Mecha resistió la temperatura y salió sin ningún daño protegiendo muy bien a dos ocupantes de su interior. El oficial se dirigió a su compañero que se hallaba en el asiento inferior de la maquina. El oficial hizo un gesto de asentimiento, y el soldado busco al dragón con la mira telescópica. -¿La tiene a tiro? – preguntó el oficial. -Sí, señor – contestó el soldado – puedo darle en su pecho o en las patas. -No estamos aquí para desperdiciar balas – dijó el oficial – No le des en el pecho pues arruinarías su corazón y en sus patas sólo le darás otra oportunidad para defenderse. -Puedo pegarle un